lunes, 22 de agosto de 2011

I open at the close




Recuerdo la primera vez que vi aquel libro. Mi hermano y yo éramos unos ávidos lectores, y uno de nuestros regalos fue aquel fino libro de pastas amarillas. No parecía nada del otro mundo: salía un chico con una escoba cogiendo algo parecido a un pelota, un enorme castillo, si mirabas fijamente un uniconio en el fondo, y la figura de un alto y barbudo mago en la contraportada.
Recuerdo empezar a leer el libro y dejarlo a medio leer nada más abrirlo (¡ay, tonta de mí!). Poco de interesante veía la vida de un chico de once años viviendo en la alacena bajo las escaleras de la casa de sus tíos. ¿Qué de mágico tenía eso?
Recuerdo estar viendo la tele, las noticias, y ver cómo anunciaban la película de un joven mago de desordenados cabellos y gafas redondas. ¿El mismo que el del libro? pensaba. Lo era. Así que me animé a leer.
Y, desde ese instante, empezó todo.
No era un chico cualquiera, era Harry, Harry Potter, el niño que vivió. No iba montado en una escoba cualquiera, era, nada más y nada menos que una Nimbus 2000. No era una pelota cualquiera, era una snitch dorada. No era un castillo cualquiera, era el mismísimo Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería. No era un unicornio cualquiera, era la bestia mágica cuya sangre daba sustento a un debilitado Voldemort cuando aún no tenía cuerpo alguno. No era un anciano mago cualquiera, era Albus Percival Wulfric Brian Dumbledore, Orden de Merlín de Primera Clase.
Han sido tantos, tantos años... Apenas me creo que estemos hablando de diez años de mi vida, en los que verdaderamente he crecido casi casi al ritmo de Harry. Porque yo también esperaba mi carta de Hogwarts al cumplir los 11 años (y a los 12, y a los 13 también... ), porque yo también miraba al mundo normal con una sonrisa pensado "muggles", porque yo también hacía mis varitas con cualquier madera que encontraba gritando "Accio escoba!", porque yo también me sabía las reglas y técnicas del Quidditch y hasta la alineación de las selecciones Irlandesa y Búlgara, porque yo también me estudiba a conciencia las criaturas mágicas del mundo con su grado de peligrosidad inclusive, porque yo me sabía todos los nombres y apellidos de todos y cada uno de los personajes que esas páginas, más que narrarme, me presentaban.
Hay gente que pensará que exagero, pero Harry Potter ha sido parte de mi vida. No sería quien soy de no haber leído esos libros: me han ayudado a ser mejor persona, a superar momentos difíciles y a seguir adelante en esta vida con una sonrisa en los labios y con una perspectiva diferente de la realidad. Una realidad que puede ser o un gris y monótono día a día muggle o un mundo donde vive la magia bien escondida en los rincones, o incluso en el corazón de las personas.
Querría haber hecho una hermosa crítica de esta última película, pero no me siento con fuerzas, sinceramente. Tampoco quiero hacerla, realmente. Prefiero este sentimiento que tengo ahora mismo, esta sensación que me oprime en el pecho y que tan pocas veces he sentido antes. Este agridulce sabor que tengo en mis labios después de haber visto la película.
Agria, porque este es el verdadero fin de la saga Harry Potter como tal. No más libros, no más películas.
Dulce, porque, después de todo, estoy agradecida por todos y cada uno de los momentos que esta saga me ha otorgado. Porque, aunque acabe, me ha hecho tan inmensamente feliz que se merece mi sonrisa.
JK Rowling... gracias, gracias por todo. Aunque no lo sepas, eres una de las personas de este mundo a las que más admiro y, de ahora en adelante, mi modelo a seguir. Quisiera algún día hacer lo que tú, crear algo lo suficientemente hermoso para hacer sonreír a tantas personas. Me queda un largo camino, pero tengo ganas de andarlo. Pero, antes, quiero dejar constancia que, seguramente, sin tí jamás hubiera sido posible.
Y Harry Potter, a tí también gracias. Porque, aunque jamás lo sepas, tú eres una de las personas que no es de este mundo a las que más cosas agradezco. Tú y todas esas personas de ese maravilloso mundo de magia me habéis hecho crecer como persona, me habéis hecho madurar, me habéis hecho soñar, me habéis hecho llorar, me habéis hecho reír, y me habéis marcado las pautas de la persona que quiero ser.
Gracias por todo, Harry Potter.

Cuando la ficción se vuelve real...


¿Alguien ha pensado qué le ocurriría a JK Rowling si, de pronto, paseando por la calle, se encontrara con un chico de rebelde pelo azabache y una cicatriz en forma de rayo junto con un larguilucho pelirrojo y una castaña de enmarañada melena, hablando acerca de un malvado tipo que amenaza su escuela? ¿O a Tolkien si se topara esperando al tren a una extraño grupo de personas demasiado similares a su Comunidad del Anillo hablando sobre su misión de ayudar a su pequeño amigo a destrozar su anillo (este más bien de matrimonio)?
¿Qué pensáis que puede sentirse cuando algo que has escrito se vuelve real, cuando tu inventiva pasa de ser parte de tu mente a ser un hecho que vives y del que formas parte? ¿Pensáis que es algo extraordinario, algo mágico, algo ilusionante?
Pues, siento decepcionarios.
Creedme o no me creáis, pero mi historia se está volviendo real. Crudamente real. Y lo único que siento ahora mismo es un pánico tremendo, una angustia incontrolable, y una sensación de impotencia que me llega a hacer llorar. ¿Sabéis por qué?
Porque, si la realidad sigue el curso de mi historia, dos personas a las que aprecio de corazón van a sufrir mucho más de lo que jamás lo hayan hecho.
Pero, aún peor, es que, por mucho que yo me empeñara en hacer que mi historia acabara en un final feliz nada me asegura que la realidad haga de las suyas y acabe haciendo lo que mejor sabe hacer: destrozar, y destrozar dos vidas de dos personas por las cuales yo daría lo que fuera por ver felices.
En serio, creedme, tengo un miedo horrible a que pase lo peor....
Y un asco a mí misma horrible por no poder hacer nada.
(PSDT: sí, estoy llorando mientras escribo esto. Estoy destrozada)

Broken Wings



El ser humano siempre ha soñado con llegar a lo más alto. Desde la cima del Everest al cénit del negocio financiero, incluso tan alto ha querido llegar que desea conquistar el espacio exterior, todos unos héroes que han luchado por sus sueños y los han cumplido con valor y esfuerzo.
Sin embargo, la cara oculta de esta luna nos muestra una visión totalmente distinta. Y es que, la gente de a pie, como tú y como yo, ha vivido creyendo que es capaz de tocar el mismísmo Sol, y han sudado sangre para hacer unas alas de cera que han decidido derretirse cuando ya era demasiado tarde para volver a tierra. Y es que la propia física admite que, cuanto más alto pongas tu listón, más dura será tu caída.
Porque sobre la gente de a pie siempre actúa la gravedad.
Sí, definitivamente, Laura ha aprendido de esta lección, y asegura que será la última vez que trate de hacerse la heroína protagonista y acepte que la gente real no llega nunca a la cumbre de nada sin antes haberse abierto cien mil heridas en la escalada.
Aunque, tal vez lo más fácil sea simplemente resignarse y aceptar que jamás habrá perdices en el final del cuento. Son muy poco digestivas.

Somebody find me somebody to love


<<Porque Bender sabe lo que es el amor, ¡y el amor no se comparte con todo el mundo! Amar es desconfiar, amar es temer, amar es exigir, amar es codiciar. ¡Amigos míos, no existen los grandes amores sin que haya grandes celos!>> Bender "Bending" Rodríguez
Gracioso que una frase tan buena como esta salga de una serie satírica como es Futurama.
No sé, me ha hecho pensar sobre qué es y que no es el amor de verdad. Porque a estas alturas de la vida estás un poco harta de las relaciones idílicas que muchos dicen tener y las frases empalagosas cargadas de nada que se mandan personas que a los tres, seis, nueve meses estarán cagándose en todos los muertos del otro.
Además, por otra parte, hace escasas horas que uno de mis mejores amigos me ha confesado que acababa de perder la virginidad y otra amiga me comentaba que, como no me diera prisa, iba a acabar sola a los cuarenta (vale que era más coña que otra cosa, pero me dejó tocada de todas formas). Tengo esa sensación en el cuerpo de que todo a mi alrededor pasa a kilómetros por hora y yo voy a paso de caracol, no tengo tiempo de hacerme a la idea de en qué situación estoy y por qué.
¿Joder, es que soy yo? ¿Soy una especie de autista? ¿Le doy miedo a alguien? ¿Echo para atrás (tanto)?
"¿Y qué, cómo van los novios?" Os juro que a veces me dan ganas de sonreír con cara de trollface y decirles "¿Y a tu madre su trabajo de ramera?" Dios...
En serio, a los casi 20 años ya la frase "mejor sola que mal acompañada" pierde todo su significado, porque tengo un jodido miedo a la soledad que nadie creo que comprenda, y, no, no me apetece estar SOLA. Y no es que me sienta sola, no, sé que tengo a mis amigos y a mi familia y blablabla, estoy hablando de estar sola en ese sentido en concreto, en no conocer lo que es que alguien te diga "te quiero" y que tú le respondas con lo mismo porque de verdad lo sientes y ese tipo de chorradas.
Bueno... antes de irme dejo aquí esto que escribí no hace mucho...
<<Quiero un amor verdadero. No ese amor que Hollywood nos vende, donde todos son rosas y satén; donde no hay riñas ni disputas, sólo palabras empalagosas y gestos mimosos a todas horas; donde eres pareja de aquel guapísimo chico que pensabas que no te hacía caso, si bien estaba colado por tí desde su niñez.
No, no es eso lo que necesito. Mi amor tiene pétalos y espinas; momentos de odio, de necesidad, de cariño, de no querer verte la cara y de, cinco minutos más tarde, desear quitarte la ropa sin importarme dónde estemos; personas imperfectas aprendiendo cada día a aguantarse la una a la otra, a aprender a convivir y a soportarse incluso cuando los malos tiempos acechan los tejados.
Quiero a alguien que sepa enfrentarse a mí para decirme que me equivoco, que me haga tanto daño que desee llorar, pero que luego vuelva a casa, y, como si nada hubiera pasado, me diga cuantísimo me necesita para seguir adelante.
Quiero a alguien que me mire y, sin preámbulos me diga que me quiere, igual que podría haber dicho que el día es soleado, porque realmente sea una afirmación para él, porque realmente lo sienta y no sea un mero compromiso de pareja.
Quiero un pecho en el que poder sollozar, al que poder abrazarme y donde poder clavar las uñas.
Quiero unos ojos que sepan leer los míos como si fueran un libro, para que yo no tenga que mediar palabra para que él sepa si soy feliz o no.
Quiero unas manos que se enreden en las mías cuando las cosas vayan mal, para así no olvidar que cuando la vida es gris tengo una persona a mi lado con la que compartir mi dolor.
Quiero una sonrisa que me despierte por las mañanas y me despida por las noches antes de ir a dormir.
Quiero un amor verdadero. No ese amor que Hollywood nos vende, sino un amor donde una persona imperfecta coge la mano a otra persona imperfecta y juntas ponen un poco de luz a este mundo en blanco y negro con una tenue sonrisa, sabiendo que, al menos, tendrán un puente donde resguardarse cuando las aguas se vuelven turbulentas.>>

Amor Gay, por Arturo Pérez-Reverte



"Nunca antes me había fijado en la cantidad de parejas homosexuales que se ven paseando por Venecia. Los encuentras caminado por los puentes, a la orilla de los canales, cenando en los pequeños restaurantes del casco viejo. No suele tratarse de dúos espectaculares, sino todo lo contrario: gente discreta, tranquila, a menudo con aspecto educado. Mirando a los demás aprendes cantidad de cosas, y en el caso de estas parejas siempre me encanta sorprender sus gestos comedidos de confianza o afecto, el reparto convencional de roles que suele darse entre uno y otro, la ternura contenida que a menudo sientes flotar entre ellos, en su inmovilidad, en sus silencios.

Pensaba en todo eso el otro día, a bordo del vaporetto que cubre el trayecto de San Marcos al Lido. Sobre la laguna soplaba un viento helado, los pasajeros íbamos encogidos de frío, y en un banco de la embarcación había una pareja, hombre y hombre, cuarentones, tranquilos. Se sentaban muy juntos, apoyado discretamente un hombro en el del compañero, en un intento de darse calor. Iban quietos y callados, mirando el agua verdegris y el cielo color ceniza. Y en un momento determinado, cuando el barco hizo un movimiento y la luz y la gama de grises del paisaje se combinaron de pronto con extraordinaria belleza, los ví cambiar una sonrisa rápida, fugaz, parecida a un beso o una caricia.

Parecían felices. Dos tipos con suerte, pensé. Aunque sea dentro de lo que cabe. Porque viéndolos allí, en aquella tarde glacial, a bordo del vaporetto que los llevaba a través de la laguna de esa ciudad cosmopolita, tolerante y sabia, pensé cuántas horas amargas no estarían siendo vengadas en ese momento por aquella sonrisa. Largas adoslescencias dando vueltas por los parques o los cines para descubrir el sexo, mientras otros jóvenes se enamoraban, escribían poemas o bailaban abrazados en las fiestas del Instituto. Noches de echarse a la calle soñando con un príncipe azul de la misma edad, para volver de madrugada, hechos una mierda, llenos de asco y de soledad.

La imposibilidad de decirle a un hombre que tiene los ojos bonitos, o una hermosa voz, porque, en vez de dar las gracias o sonreír, lo más probable es que le parta a uno la cara. Y cuando apetece salir, conocer, hablar, enamorarse o lo que sea, en vez de un café o un bar, verse condenado de por vida a los locales de ambiente, las madrugadas entre cuerpos Danone empastillados, reinonas escandalosas y drag queens de vía estrecha. Salvo que alguno -muchos- lo tenga mal asumido y se autoconfine a la alternativa cutre de la sauna, la sala X, la revista de contactos y la sordidez del urinario público.

A veces pienso en lo afortunado, o lo sólido, o lo entero, que debe de ser un homosexual que consigue llegar a los cuarenta sin odiar desaforadamente a esta sociedad hipócrita, obsesionada por averiguar, juzgar y condenar con quién se mete, o no se mete, en la cama. Envidio la ecuanimidad, la sangre fría, de quien puede mantenerse sereno y seguir viviendo como si tal cosa, sin rencor, a lo suyo, en vez de echarse a la calle a volarle los huevos a la gente que por activa o por pasiva ha destrozado su vida, y sigue destrozando la de los chicos de catorce o quince años que a diario, todavía hoy, siguen teniéndolo igual que él lo tuvo: las mismas angustias, los mismos chistes de maricones en la tele, el mismo desprecio alrededor, la misma soledad y la misma amargura.

Envidio la lucidez y la calma de quienes, a pesar de todo, se mantienen fieles a sí mismos, sin estridencias pero también sin complejos, seres humanos por encima de todo. Gente que en tiempos como éstos, cuando todo el mundo, partidos, comunidades, grupos sociales, reivindica sus correspondientes deudas históricas, podría argumentar, con más derecho que muchos, la deuda impagada de tantos años de adolescencia perdidos, tantos golpes y vejaciones sufridas sin haber cometido jamás delito alguno, tanta rechifla y tanta afrenta grosera infligida por gentuza que, no ya en lo intelectual, sino en lo puramente humano, se encuentra a un nivel abyecto, muy por debajo del suyo. Pensaba en todo eso mientras el barquito cruzaba la laguna y la pareja se mantenía inmóvil, el uno contra el otro, hombro con hombro. Y antes de volver a lo mío y olvidarlos, me pregunté cuantos fantasmas atormentados, cuántas infelices almas errantes no habrían dado cualquier cosa, incluso la vida, por estar en su lugar. Por estar allí, en Venecia, dándose calor en aquella fría tarde de sus vidas."

Arturo Pérez-Reverte